Si hay una sensación que me produce la carrera de Lana Del Rey, ese es sin duda la de confusión. Empeñada en revivir épocas pasadas que ni siquiera ha vivido, la música de esta neoyorquina (entre canciones filtradas, las oficiales y discos anteriores) es, cuanto menos irregular: cortes más sexys o más tristes, más de los cincuenta o más de los sesenta y setenta, más de guitarrita acústica o más de cuerdas épicas. Podrías pensar que es totalmente imposible que una chica tan joven (está a dos días de cumplir 28) tenga tantas canciones y todas tan distintas, pero una vez que la conoces, que descubres que un día dice que no va a volver a sacar más discos y al día siguiente tiene uno bajo el brazo, que un día escribe una canción que habla de lo feliz que es con su novio cuando le dice que sus partes íntimas saben a Pepsi y al día siguiente dice querer estar muerta, que un día se llama May Jailner, al día siguiente Lizzy Grant (su verdadero nombre), después Lana Del Ray (sic) y, finalmente, como la conocemos actualmente; te parece todo menos extraño.