jueves, 19 de junio de 2014

Lana Del Rey - Ultraviolence, volviendo a los orígenes.

Si hay una sensación que me produce la carrera de Lana Del Rey, ese es sin duda la de confusión. Empeñada en revivir épocas pasadas que ni siquiera ha vivido, la música de esta neoyorquina (entre canciones filtradas, las oficiales y discos anteriores) es, cuanto menos irregular: cortes más sexys o más tristes, más de los cincuenta o más de los sesenta y setenta, más de guitarrita acústica o más de cuerdas épicas. Podrías pensar que es totalmente imposible que una chica tan joven (está a dos días de cumplir 28) tenga tantas canciones y todas tan distintas, pero una vez que la conoces, que descubres que un día dice que no va a volver a sacar más discos y al día siguiente tiene uno bajo el brazo, que un día escribe una canción que habla de lo feliz que es con su novio cuando le dice que sus partes íntimas saben a Pepsi y al día siguiente dice querer estar muerta, que un día se llama May Jailner, al día siguiente Lizzy Grant (su verdadero nombre), después Lana Del Ray (sic) y, finalmente, como la conocemos actualmente; te parece todo menos extraño.



Sin duda, la carrera de esta chica ha sido un total caos, y quizás reside ahí parte de su encanto: su empeño en mostrarse como una vieja gloria del Hollywood de los cincuenta concuerda muy bien con que, escuchando todas y cada una de sus canciones conocidas, de la impresión de estar escuchando las distintas fases de una artista que ciertamente empezase en esa época. Por ello, Ultraviolence sorprende justo por lo contrario: ya no es una mezcla de temas de su padre y su madre (solo hay que escuchar American y luego Gods And Monsters, de Paradise), sino que se muestra como un disco coherente, con cohesión y con una portada que, a pesar de ser totalmente decepcionante, muestra exactamente el contenido: sencillez y mucho, mucho blanco y negro.

Los aciertos del disco no tardan en llegar: la primera parte, como la de Born To Die, es sencillamente gloriosa. Una de las muestras es el magnífico Cruel World, un tema de seis minutos y medio que no se hace en absoluto largo, en el que Lana reniega de un viejo amor (aunque muchos se aventuran a decir que es en realidad sobre sus antiguas adicciones), con un estilo soberbio y melancólico aderezado con una letra de mayor calidad que la mayoría de las de su anterior trabajo (“I got your bible and your gun...”) y un juego de guitarras tan precioso como el de West Coast, el primer single que me encandiló desde el primer momento y con el cuál desaparecieron los estribillos pegadizos pero volvió la atmósfera indie, unido a un juego de voces irresistible y una producción magistral (la mejor del disco).
No debemos olvidar otros grandes temas como Brooklyn Baby, con el estribillo más pop (es el tema más luminoso de la parte estándar) y la letra más tonta pero, aún así, con el suficiente gancho y la suficiente gracia como para no pasar desapercibido. Por el estilo suena Flipside, uno de los bonus tracks, que, como si le hubiese robado uno de los bajos a The xx y le hubiese metido reverb a tope, también tiene ese sonido de banda californiana veraniega y que me hace preguntarme por qué ha quedado relegado a bonus de una edición especial.
No es un caso excepcional, sino que, mientras que en Born To Die los bonus me parecían totalmente prescindibles, en Ultraviolence, salvo la mediocre Guns And Roses, encontramos otras dos joyas: primero, una Black Beauty que, de no haberse filtrado, posiblemente hubiese sido el primer single del disco, y que en su versión final gana fuerza en el estribillo sin perder su toque melancólico y preciosista; y Florida Kilos, con un toque también muy veraniego y una letra retorcida sobre el tráfico de crack.
Menos espectacular es la segunda parte, desde que finaliza West Coast. Sad Girl recuerda, por el toque James Bond, a uno de los temazos de Lana, Million Dollar Man, pero aquí el haber prescindido de florituras en la producción no sienta tan bien, quedando un tema a medio gas. Lo mismo pasa con Pretty When You Cry, que no solo suena excesivamente parecida a la anterior, sino que tiene un toque tan Lana Del Ray AKA Lizzy Grant que desentona totalmente, además de no contener ni su mejor melodía ni sus vocales más atractivos.
Sin embargo, aunque la segunda mitad no contiene los temas que más escucharemos, si encontramos en ella momentazos, como el puente de Fucked My Way Up To The Top, con una a ratos soez letra aparentemente dedicada a las críticas de Lorde, el recuerdo de Born To Die con el lánguido y casi fantasmagórico estribillo de Money Power Glory (aunque el tema que mejor traiga de vuelta el debut de la neoyorquina sea el que de título al disco, en el que la frase “he hit me but it felt like true love” ocupa el puesto de “my pussy tastes like Pepsi cola” en Ultraviolence) o la sencilla y emotiva Old Money, la versión lenta y melancólica de Young And Beautiful que supone uno de los momentos más llamativos del disco.

En definitiva, no podemos hablar de Ultraviolence como un disco perfecto. Sin embargo, con intenciones de volver a sus orígenes, Lana, con la ayuda de Dan Auerbach de The Black Keys, consigue mezclar ese sonido que tan famosa la hizo con guitarreo, reverberación y sonidos de dudosa calidad (los vocales con reverb tienen cierto ruido que le dan al disco un toque personal y vintage) para darnos un disco con menos gancho que Born To Die, pero mucho más real, menos plástico, y con mucha más coherencia, tanto musical como lírico. Si en BTD el personaje de Lana era visto desde distintas perspectivas, ya sea llorando por la muerte de un antiguo novio (Dark Paradise) o mostrando su amor por el dinero y la opulencia (National Anthem), resultando artificial y prefabricado, aquí solo lo vemos en general desde el punto de vista de la auto-destrucción por culpa de relaciones fallidas, sin dejar de parecer más una película que historias reales pero al menos una película que te crees. Y, quizás, habiendo denominado a su música como hollywood sadcore, ese ha sido siempre el objetivo de Del Rey.

7,75.

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