Voy a empezar desvelando la sorpresa, el disco de Kelis me gusta. Y me gusta mucho. Os diré por qué. En una época en que todo suena igual y la radio es predominantemente adepta al EDM, aún sigue habiendo gente que, obviamente sin esperar un millón de ventas en la primera semana, quiere cambiar las cosas. Y Kelis siempre ha sido así. Si la neoyorquina siempre se ha adelantado a las modas del pop (su anterior disco, Flesh Tone, ya jugueteaba con el EDM antes de que Guetta y compañía lo metiesen a taladro en nuestras cabezas), con Food no es menos; solo hay que ver su portada (sencilla y a la vez muy moderna), el sonido predominante del disco (que no deja de ser pop pero que se atreve a juguetear con el soul, jazz y hasta el blues) y el concepto del disco: la comida. Y no, no es una referencia al sexo oral, sino que la mujer se ha dedicado este tiempo al mundo culinario y quería plasmarlo en su disco. Sin duda, aunque, por supuesto, el tema de la comida se interrelaciona con otros en los temas, resulta chocante y casi tierno que alguien le haya hecho un disco a la comida, sobre todo viendo cómo la casi extrema delgadez se impone ante los cuerpos normales a día de hoy.
Musicalmente, Kelis consigue algo que no muchos logran, hacer que su disco mantenga siempre el estilo pero no dejar de llevar ese estilo a distintos lugares, resultando un disco variado pero con cohesión. El álbum, que abre con la intro de su hijo en Breakfast, un tema elegante y con muchos toques del blues neoyorquino, está lleno de temas que, dejándose de beats y sintetizadores duros, suenan pegadizos, como Forever Be, que suena refrescante y enérgico y que, sin fuese por mí, sería el tercer single; o el esta vez sí single Jerk Ribs, con una base rítmica con toques hip-hop pero que se acompaña de piano, saxofón y toques jazz en los vocales para no sonar fuera de lugar.
Sin duda, los momentos animados del disco son un punto fuerte, viniéndoseme a la cabeza la casi enfermiza Cobbler, con una melodía ingeniosa y una base, cuanto menos, curiosa; sin duda, uno de los temas más destacables del disco. Sin embargo, los medio-tiempos también inundan este Food, como la guitarrera Bless The Telephone, en la que colabora Sitek, y que suena quizás algo menos acorde con el sonido del disco; o la intensísima Change, en la que la música negra se pone de manifiesto más que nunca.
Tanto si quiere dar rienda suelta a su cruda y potente voz, como en Biscuits n' Gravy, con su riff de piano, o decide cantar con un tono más roto, como en Hooch, el caso es que el sonido del disco siempre resulta maduro pero sin pretensiones, buscando entretener al oyente o, en su defecto, emocionarlo con algunas preciosas baladas, que no son muy evidentes en el disco, pero se dan y sin perder magia, como Floyd, que además se da en la primera mitad y se acompaña de un coro femenino y sonidos que a ciertos momentos pueden recordar a Bowie, o la increíble Dreamer, que cierra el disco con una impecable actuación vocal de la cantante y chef que no se conforma con sonar técnicamente perfecta sino que, encima, da un sentimiento al tema pocas veces visto.
Dijo Kelis en una de las entrevistas de promoción que en el disco quería rescatar la música que sus padres ponían cuando era niña y que tanta melancolía le trae. Y el disco está claramente impregnado de eso, de melancolía, de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Tenemos ante nosotros un disco elegante, maduro y que quizás peque de falta de un temazo que sobresalga, pero eso hace que funcione como un todo, dándole una unidad. Sea cual sea el género con el que experimente en el próximo disco, ni que decir tiene que éste estilo es el que mejor le va.
8,2.
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